Hay retazos de poesía extrema en muchas obras a lo largo
de la historia de la poesía, que no es sino la historia del ser humano a la
búsqueda de sí mismo y del absoluto.
Envuelta en la humanidad aún no del todo trascendida del
poeta, la fibra extrema de su esencia emergente deja hebras y trazas
reconocibles por un efluvio divino al que solo es sensible el olfato de otra
alma esencial. Veamos en lo que sigue:
Anoche cuando dormía – Antonio Machado – 20mar16
Esta sencilla copla de Antonio Machado, en cuarteta redondilla
octosílaba, la métrica empleada en el verso más popular, contiene la
descripción de una experiencia mística de primera magnitud, la que se denomina
“expansión de corazón”. A Dios no se le ve, ni se conoce, ni se le siente; se
le experimenta. La experiencia mística (atención a la palabra “experiencia”
para describir el fenómeno místico) es la base más próxima para el conocimiento
de Dios, forzosamente personal y difícilmente descriptible. La poesía es la
forma más apropiada del lenguaje para describir este tipo de experiencias, no
en vano poesía y mística van unidas en los personajes de mayor talla poética y
espiritual.
Don Antonio, en estos sencillos versos, que pueden pasar desapercibidos
en su alcance para quien no ha experimentado nunca en su interior un fenómeno
místico, describe una experiencia de acercamiento místico a Dios, producida
durante el sueño, a través de una expansión del corazón “de manual” si es que
existiesen manuales de la experiencia mística.
Glosas - LIX
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nuestra vida,
de donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
Las similitudes con las
experiencias místicas de S. Juan de la Cruz son fácilmente identificables. En
las dos primeras cuartetas, aparece el agua, el agua de vida, el espíritu que
fluye como agua desde el interior, con origen incierto y en el momento más
insospechado.
“¡Qué bien se yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche!” inicia San
Juan de la Cruz su poema “Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por
fe”.
“Qué una fontana fluía dentro de mi corazón”
Experimenta D. Antonio.
“Aquella eterna fonte está escondida…”, aquí el
místico carmelita lleva varios cuerpos de ventaja al viejo profesor
republicano, que se limita a decir: “Dí
¿por qué acequia escondida, agua, vienes hasta mí, manantial de nuestra vida,
de donde nunca bebí”.
Sin embargo D. Antonio recupera
cierta ventaja frente a San Juan cuando identifica en el corazón el escenario
de su vivencia, mientras que éste, o aun conociéndolo no informa, o desconoce
su origen “…qué bien sé yo dó tiene su
manida”. “Su origen no lo sé pues no lo tiene…”.
En las dos siguientes cuartetas, D.
Antonio expresa en lenguaje poético extremo un fenómeno de activación del
vórtice energético (chakra) del corazón, que suele manifestarse como un
agradable cosquilleo en el plexo cardiaco que imbuye un estado alterado de
conciencia de embriagadora felicidad suprema, en función del nivel expansivo
que se alcance en la experiencia: o al decir de D. Antonio, cosquilleo de
abejas laborando dulce miel.
El aporte novedoso de Machado a
esta experiencia es el asociar y basar el dulzor del estado místico en las
amarguras pasadas en la vida y superadas. La experiencia vital templa el acero
de nuestro interior con duros golpes y solo su superación convierte la hoja de
nuestra alma en fuerte espada de un rey. A los golpes del herrero de la vida
sigue la gloria del caballero.
En la última parte del poema vuelve
a aparecer la similitud Sanjuanista con la presencia del fuego como elemento
omnipresente en la experiencia mística de todos los tiempos. En este caso
representado por el “ardiente sol” y
los “calores de rojo hogar” de D.
Antonio y en el caso del carmelita por la “llama
de amor viva”, “cauterio suave” y las
“lámparas de fuego” que aparecen en su poema “Llama de amor viva”. En ambos
casos el fuego está indisolublemente asociado a la luz, tal vez por la
experiencia humana del sol como fuente de temperatura y luminosa a la vez: “era sol porque alumbraba” dice D.
Antonio; “calor y luz dan junto a su
querido” dice el místico abulense.
Al final del poema, D. Antonio
reconoce la presencia de Dios en su interior explícitamente y cierra el
suspense de la vivencia. Localiza a Dios en su interior, concretamente en el
chakra de su corazón, la “cámara del Rey” a la que alude Santa Teresa en su
Castillo Interior. Es mucha humanidad y sinceridad para un republicano como D.
Antonio reconocer a Dios en su interior al cabo de la experiencia, en otros
momentos de la historia se la hubiera tachado de hereje por afirmar que Dios no
estaba en el cielo, como se pretendió hacer con los dos Doctores Místicos en su
día.
La simpleza versificadora no está
reñida con la calidad y el valor del mensaje poético ni con la autenticidad y
profundidad de la experiencia mística de D. Antonio.
Lo dice José Martí para iniciar sus Versos Sencillos,
como una declaración de intenciones:
“y antes de morirme quiero,
echar mis versos del alma”
echar mis versos del alma”
Versos del alma que se echan antes de morir….. como una
herencia consciente del núcleo de Ser que en su alma ha crecido y quiere dar fe
de vida y de los principios eternos adquiridos. Esa traza simple a la vez que eterna
de poesía extrema va educando nuestro olfato de esencias, nuestro detector de
verdades básicas, sintonizando nuestra alma con la vibración del Divino, del
que emanan.
Y a lo largo de éste, a su vez largo, poema, funde y
confunde su universo humano con su sustancia emergente en un alboroto
oscilante, en un oleaje poético en cuyas crestas vuelven a asomar por necesidad
existencial el divino Martí que se está fraguando poco a poco, entre naturaleza salvaje, entre grupa de mulata,
entre fe enardecida del pueblo, entre humedales y mosquitos.
“mi verso es como un puñal
que por el puño echa flor,
mi verso es un surtidor
que da un agua de coral”
La poesía extrema se queda con el extremo flor del puñal,
sin negar la importancia y necesidad del otro extremo en muchas circunstancias
de la vida y de la historia. La poesía extrema bebe el agua de coral de ese
surtidor que es el Verso-Verbo, que se hizo carne en Martí. El agua de coral, que es el agua
sagrada bautismal que unge de esencia divina al que la bebe, extraída como un
jugo de fruta salvaje, de los apasionantes entresijos que ofrece cada rincón y
cada giro de la existencia.
Y a lo largo de todo el poema, los efluvios de esencia
dejan nuevo y sutiles rastros, confusos y difíciles de percibir hasta que el
alma de Martí llega a su climax, a mitad del poema y sin más razón, cuando,
fuera de control humano y tomado por su verdadera naturaleza, exclama:
donde vibra el
universo:
vengo del sol y al
sol voy:
soy el amor; soy
el verso!”.
Pena que la deuda con la rima, y la falta aún de una
visión más completa de sí mismo, no hubieran llevado a Martí a atreverse a
cerrar esta estrofa con un “soy el Verbo”, porque en ese momento, sublime de
creación, lo era.
ANÓNIMO. Romance del Conde Arnaldos. Poesía Medieval.
Quién hubiere tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de san Juan.
Con un falcón en la mano
la caza iba a cazar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar,
las velas traía de seda
la jarcias de un cendal,
marinero que la manda
diciendo viene un cantar
que la mar facía en calma
los vientos hace amainar,
los peces que andan en el hondo
arriba los hace andar,
las aves que andan volando
en el mástil las hace posar.
Allí fabló el Conde Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
"Por Dios te ruego, marinero
dígasme ahora ese cantar"
Respondiole el marinero,
tal respuesta le fue a dar
"Yo no digo esta canción
sino a quien conmigo va"
Es
como si esas inteligencias superiores hubieran abonado la tierra, cavado el
hoyo, afianzado la raíz y plantado el árbol del conocimiento superior, y éste,
desde la fuerza de su cimentación y su abono, desde la solidez de su tronco,
produjera cada siglo hojas y frutos nuevos, efervescentes y esperanzadores en
sus comienzos pero de una naturaleza necesariamente caduca.
El
Medievo, en su poesía romancesca, musical y popular, también nos deja ráfagas,
siquiera soplos, de poesía extrema que erizan el vello, escondidas y
silenciadas entre sus míticas historias de héroes y villanos.
¿Quién
sino la fuerza de la verdad extrema oculta podría provocar la ansiedad en el
alma del Conde Arnaldos hasta hacerle exigir:
“Por tu vida, el marinero
dígasme ora ese cantar”
¿Quién
desafía el poder humano y terrenal del Conde con una canción, con una
vibración, con una palabra, con un Verbo? ¿Cuál es y quién posee ese poderoso
Verbo que trasgrede las normas del universo físico y lleva a la paz y a la
contemplación mística a todos los seres de la creación, animados o inanimados?
No hay respuesta para el Conde:
“Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va”
Confieso
que este par de versos, simples y misteriosos, a pesar de venir de tiempos tan
aparentemente oscuros como el Medievo, han inquietado mi alma y han desafiado a
mi intelecto hasta la ansiedad, en un torbellino de preguntas sin respuesta
inmediata.
¿Existe
una canción así? ¿Existe un Verbo, capaz de someter lo indoblegable,
de maravillar a la creación con su canción? Acuden, entre otras, a responder a
mis preguntas, resonancias inequívocamente bíblicas…
“Y el Verbo se hizo carne,
y habitó entre nosotros.”
¿Y
si existe una canción así, quién la conoce? ¿A quién hay que seguir? ¿Hay
alguien que la enseña? Preguntas que quedan en el aire a la búsqueda de los
versos extremos que las respondan.
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